martes, 12 de febrero de 2019

QUÉ MIERDA, EVA HACHE, QUÉ MIERDA


Qué mierda, Eva Hache, qué mierda. Con lo que me encantabas como monologuista. Bueno, y me sigues encantando en tu trabajo ¿eh?, que a mí el sectarismo no me va, no sé si tú lo entiendes. Pero es que me transmitías una imagen de mujer sensata, inteligente, tolerante, abierta. Y muy simpática. Y resulta que eres de esos, qué decepción me he llevado. De esos que no soportan que otros piensen distinto que tú. Y mucho menos que los que piensan distinto salgan a la calle a decirlo y se junten muchos, muchísimos. De esos que defienden la libertad de expresión y de manifestación pero solo para los que opinan como ellos. Pero que cuando son los otros los que se expresan y manifiestan, pierden la simpatía, las formas y la educación y se descubren como absolutos intolerantes que, a falta de mayor inteligencia, acuden al insulto.

Y, lo que es peor, con tu tuit del otro día me has demostrado, qué mierda, Eva Hache, qué mierda, que eres de esos que detrás de la sonrisa esconden una soberbia irritante. La otra noche le oí decir a un cómico que el humor debe hacerse desde la humildad. Bien es verdad que tu comentario, lejos de ser humorístico, no tenía maldita la gracia, pero decir, como tú dijiste, que esos con cuyas ideas no coincides son mentes pobres no es precisamente lo que yo entiendo por ser humilde. Al margen de que lo de “convencer a mentes pobres” habrá quien lo atribuya al PSOE o a los partidos independentistas catalanes, pongo por caso. Es lo que tiene la diversidad de pensamiento o de puntos de vista, aunque a algunos les duela. En cuanto a lo de los ombligos, se me ocurren pocas cosas más umbilicales que creerse mejor que los demás. Ah, y lo de provocar. Qué te voy a contar yo de provocar a ti, que has llamado mierdas a un montón de gente ante miles de seguidores en tus redes.

Mira, tú no te acordarás porque casi ni habías nacido, pero hubo un tiempo negro en este país, cuando aún no habíamos conseguido enterrar a ese oscuro personaje al que ahora algunos tienen tanta prisa en desenterrar, en que los soberbios del momento consideraban mierdas a los rojos, a los ateos, a los maricones. A las mujeres que pretendían decir lo que pensaban o vivir su vida sin depender de un hombre; a los pobres; a los que se resistían a comulgar con el régimen. Y, en esa sociedad envenenada en la que unos se creían poseedores de una superioridad moral sobre los que no eran como ellos, el oscuro personaje campaba a sus anchas.

Confieso que me da miedo el auge que está adquiriendo la ideología de Vox. Y tampoco me tranquilizan algunas posturas adoptadas por PP, PSOE, Ciudadanos o Podemos, por ejemplo. Me da miedo que se legitimen actuaciones como la que perpetraron los partidos independentistas en el Parlament en 2017, saltándose la Constitución, el Estatut, el Reglamento de la propia Cámara y los derechos de los partidos que representaban legítimamente a los ciudadanos que no estaban de acuerdo con ellos.

Pero lo que más miedo me da, con diferencia, es que volvamos a normalizar el señalamiento y el insulto al otro; la falta de respeto a las ideas legítimas solo por no coincidir con las nuestras. La intolerancia. Que perdamos el tiempo en llamarnos de todo entre nosotros; que en vez de analizar nos centremos en ofender; que nos creamos moralmente superiores solo por seguir las consignas y directrices de uno u otro partido. Que ondear la bandera o estar orgulloso de ser de tu país sea considerado vergonzante. Que vuelvan los soberbios. Que nos llamemos mierdas.

Porque costó mucho erradicar ese caldo de cultivo tan propicio para los tiempos negros y los personajes oscuros. Ha sido demasiado el esfuerzo hecho para ser libres como para que ahora nos dediquemos a echarnos en cara unos a otros que lo somos.

Si perdemos el respeto… Qué mierda, Eva Hache, qué mierda.

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