martes, 10 de junio de 2014

PREGUNTAS TRASCENDENTALES


Ayer me fui de compras. Sí, ya ves. Bueno, en realidad, la frase perdió todo su sentido al acabar la tarde. Porque no compré nada. Como de costumbre. Pero el tiempo que dediqué a mirar escaparates, tocar prendas en las perchas e incluso probarme alguna me sirvió para reflexionar. Sí, mira, es que eso de ir de tiendas sola te permite disfrutar de un momento casi íntimo, en el que una se encuentra consigo misma y que es muy aprovechable para pensar sobre las cuestiones verdaderamente importantes de la vida.
Pues bien, fruto de esa reflexión profunda, ayer se me plantearon tres preguntas que estoy segura que muchas mujeres se han hecho más de una vez y nadie ha sido capaz de contestar. Que son:   
Primera: ¿Por qué en esas perfumerías grandes, tipo supermercado cosmético, tienen la manía de poner los polvos compactos en el estante de abajo del todo, el que toca el suelo?
Es que yo, cada vez que busco una polvera de esas en una de esas tiendas acabo en unas posturas que rozan el patetismo. Porque, aunque una está divina, ya tiene una edad. Y los huesos, las articulaciones, los tendones y todo ese aparataje que nos sujeta, se resienten. Y, claro, estar mirando precios, tonos y texturas en cuclillas, pues no me parece apropiado, qué quieres que te diga. Y encima las ponen en estanterías distintas, a metros unas de otras. Y como no es plan irte arrastrando por el suelo como un gusano, hasta ahí podíamos llegar, pues hala, agáchate, levántate y vuélvete a agachar. ¡Que parece que está una en misa, demontres! Ayer llegó un momento en que me chirriaban las rodillas. En serio, en un arriba-abajo de esos escuché un ñeeec-ñeeec que era de todo  menos glamuroso. Y lo peor es que tuve la sensación de que también lo escuchó una señora, muy puesta ella, que estaba a mi lado revisando pintalabios. Por cómo me miraba lo digo. Claro, como los pintalabios te los ponen en la balda de arriba de todo, se podía permitir ponerse digna observándome desde las alturas. Mira, me dio tanta vergüenza que me pasé más de veinte minutos en el suelo, haciendo como que dudaba entre varios maquillajes, por no levantarme y que volviera el sonidito. Acabé con las muestras de todos los polvos del estante. Mis manos eran como dos paletas con todas las tonalidades, desde el nature hasta el bronze, pero yo seguí allí hasta que la digna se marchó. Bueno, hasta un rato después, porque recobrar la postura vertical fue una odisea.
Segunda: ¿Por qué las dependientas de las grandes cadenas de ropa te hablan siempre como si fueras una niña pequeña?
Que vale que cuando estás tranquilamente revolviendo entre blusas y vestidos se empeñen en acercarse para decirte, básicamente, que están allí para venderte lo que sea. Es su trabajo. Pero lo que no entiendo es esa manía de preguntarte si quieres “alguna cosita” con un tono musical que más que hablarte parece que te están cantando. “¿Busca al-gu-na co-siii-taaaa?”.  Y como pongas la mano encima de una prenda, siguen la canción con el consabido “de esa hay ta-lli-tas, si quiere probarse”, que te dan ganas de decirle “¿insinúas que la mediana  no me va a caber?”. O lo de “esa la tenemos también en azulito y en rosita”. Pero yo ¿qué busco? ¿una falda o la canastilla de un bebé?.

Y tercera y más trascendental: ¿quién coño diseña la iluminación de los probadores de Zara?
Que mira que tienen ropa bonita, pero es que te la pones en sus probadores y parecen trapos. Que te miras en el espejo, con esas sombras y esa luz entre blanquecina y amarillenta que tiene la virtud de realzar lo peor de una y empiezas diciendo que ese no era el vestido y acabas pensando que esa no eres tú. De verdad, aquí que somos tan dados a montar protestas por cualquier cosa, me sorprende que nadie salga a la calle a pedir a gritos otro iluminador.

En fin, he ahí el fruto de mi tarde de compras. A ver si alguien me da respuestas. Se admiten en cualquier tallita y colorcito.

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