O
sea, que mucho antes de que Hacienda le tocara los huevos a Pujol, ya se los
pasaba una pitonisa por la espalda. Bueno, en realidad, Adelina, qué simpática
mujer, dice que no es pitonisa ni nada de eso. Que es sanadora. Pero el caso es
que, gracias a los huevos, le adivinó al expresident que tenía muchas envidias
alrededor. Que tenía mal de ojo, además de un tic en el ídem. Porque eran
negros. Los huevos, digo.
Yo
no sé si eran negros o verdes, pero lo que tengo claro es que los huevos de
Pujol eran cuadrados. Porque hay que tenerlos así para amasar la fortuna que
amasó con dinero más negro que los huevos de Adelina y, encima, hacer negocio
con ella mandándole clientes a cambio de una comisión que me río yo del 3 por
ciento de los constructores. Que la explotaba, dice Adelina, porque por cada
consulta no le daba más de 25 euros, con lo que ella le ha dado a ganar, hay
que ser mala persona.
No
me extraña que la curandera diga de él que era más agarrado que un chotis.
También dice que es un piojoso, un atontado y un papanatas. Hombre, esto último
lo dirá por su fe ciega en el método huevero porque, por lo demás, el exhonorable
tiene poco de crédulo, simple o inocente, visto lo visto.
Lo
que no adivinó la adivina, al parecer, es que Pujol iba a Andorra a algo más
que a verla a ella. Eso se ha sabido años después sin necesidad de huevos. Y
menuda tortilla se ha liado.
Ya
sé que esto de Adelina no es más que una anécdota en un asunto escandaloso. Y
también sé que grandes dirigentes de la Historia contaban con videntes en su
nómina de asesores. Pero es que, sinceramente, yo puedo hacerme a la idea de
que este hombre que ha sido tanto, que ha sido tan respetado, que ha dirigido
durante tantos años una comunidad con tanta habilidad que le robaba a manos llenas mientras
la convencía de que los ladrones eran de fuera, haya sido un chorizo de gama
alta. Pero de ahí a imaginarlo confiando su futuro a un huevo… eso es mucho
golpe de dios.
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