Bueno,
pues con el referéndum de la Señorita Pepis que Mas y los suyos han montado en
Catalunya, llegamos al final de una semana que a mí me ha parecido algo así
como la semana de los Juegos Reunidos Geyper. Sí. Mira si no: mientras la
Pantoja caía en el pozo y buscaba el comodín que la salvara de quedarse unos
cuantos conciertos sin jugar, la Caballé negociaba para no ir directamente a la
cárcel sin pasar por la casilla de salida, descubrimos que una colombiana
residente en Canarias había estado saltando de senador a diputado y tiro porque
me toca y a la infanta Cristina la sacaban de su escondite con pocas
posibilidades de salvarse ni por ella ni, mucho menos, por todos sus
compañeros. Podemos cantaba bingo en las encuestas, PP y PSOE se enrocaban en
sus posiciones sin acabar de dar jaque a la corrupción, el paro volvía a hacernos
póker, UGT rompía la baraja en Andalucía y Monago retrocedía una casilla asegurando
que devolverá todo el dinero público que justo una tirada antes había jurado
que no había gastado. Que paren esta ruleta, que yo me apeo. Y me da igual que
se lo lleve todo la banca; total, ya estamos acostumbrados.
Y
como colofón, pues eso, la consulta de juguete de Catalunya. Con sus urnitas de
cartón y todo, como cuando de críos jugábamos a construir pueblos con cajas de
zapatos. Que es que es la leche que un Gobierno organice un referéndum de kit
comprado en los chinos, no me digas. Sin censo, sin garantías y sin utilidad
ninguna. De verdad, con todos mis respetos, si no fuera porque esta gente juega
con cosas muy serias –por ejemplo, con los ciudadanos, sus sentimientos y su
economía-, y porque el ridículo de Artur Mas es ya tan grande que hasta da lástima,
este espectáculo sería para desencajarse de la risa.
Pero
a mí, que soy tan catalana como todos esos que consideran que para serlo es obligatorio
actuar de palmero en el teatrillo con el que les está tomando el pelo su
President, no me dan ganas de reír, sinceramente. Lo que me da es pena. Me da mucha
pena ver en qué poco tiempo han convertido a mi tierra en la sombra de lo que
era y me da pena comprobar cómo tantos catalanes se han entregado a esta causa
sin que les permitan ejercer su legítimo derecho a saber que les están
engañando. Su derecho a que les digan la verdad, vaya.
Les
han convencido de que a lo único que tienen derecho es a participar en un acto ilegal. Hasta tal
punto que, según veo por las redes sociales, son muchos los que están
persuadidos de que saltarse la ley es lo democrático y expresarse en contra de
ello lo antidemocrático. Algunos se han metido tanto en el papel de “extra” que
les ha dado su gobierno que incluso se permiten tachar de intolerante a quien
se muestra contrario a la consulta y, a renglón seguido, llamar asqueroso a,
por ejemplo, un escritor que tampoco la apoya, que ya sabemos todos que el
insulto es el paradigma de la tolerancia. Y, lo que es peor, a varios de ellos les
han creado el sinvivir de descubrirse admiradores de la obra de un tipo al que
consideran nauseabundo por expresarse en contra de la independencia –“cómo alguien
así puede escribir tan bien” he llegado a leer-, qué angustia, eso no se hace.
Me parten el alma, de verdad. Ellos, tan entregados y tan empeñados en
recuperar el espíritu más cumbaià con
iniciativas tan emotivas y necesarias para su tierra como difundir masivamente
un mensaje para que WhatsApp incluya entre sus emoticonos uno de la Senyera,
qué idea más productiva, no entiendo cómo Catalunya ha podido sobrevivir hasta
ahora sin eso.
Con
tolerancia de la de verdad, los catalanes, como todos los ciudadanos, tienen
derecho a pensar y a opinar lo que quieran, pero también a tener toda la
información necesaria para hacerlo y, sobre todo, a que no les utilicen ni se
burlen de ellos con juegos tan retorcidos que no cabrían en la caja de los
Geyper. A lo que no tienen derecho es a pasarse la ley por el arco del triunfo.
Porque hacerlo sienta un precedente peligroso. Y les resta toda legitimidad
cuando pidan que otros –por ejemplo, los corruptos, tan de moda- rindan cuentas
ante la Justicia. O jugamos todos o rompemos la baraja.
Puede que tengas razón, ¿pero que verdad les tienen que contar a los catalanes?, por que en el articulo no das ni una sola referencia a por que los están engañando. Creo que en Catalunya igual que en el resto de España están hartos de todo el sistema politico actual y quizas ven en la independencia una solución al problema por que otra solución de momento parece que no existe ya que el binomio PP-PSOE no se va ni con agua caliente y Podemos aun tardara unas legislaturas en desbancarlos.
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