Ya
sé que no consuela lo suficiente ni, por supuesto, nos resarce a los ciudadanos
de lo que está pasando ni, desde luego, es suficiente condena si se demuestra
todo lo que se está diciendo. No. Pero no me negarás que, para gente que ha
sido lo más –lo más poderoso, lo más rico, lo más chulito, lo más guay-, verse
ahora en el fondo del pozo no tiene que ser una penitencia dura. Porque a este
tipo de personajes lo que les gustaba, está claro, era vivir bien; pero lo que
les ponía de verdad, estoy segura, era presumir y mirar al resto por encima del
hombro. Y por eso mismo creo que para ellos la peor condena es caer desde lo
más alto al sótano de la vergüenza y la humillación.
Porque
pasar de las grandes casas, los áticos en Marbella, los BMW, las fincas, las
comilonas y las cacerías tipo porque-yo-lo-valgo a la celda de una cárcel, como
le ha pasado a Francisco Granados, tiene que ser la leche, no me digas. Que el
hombre se acostó una noche siendo Don Francisco y al poco de levantarse a la
mañana siguiente ya era Paquito, el hijo del agricultor, convertido en “ese
pájaro” y señalado con el dedo por todo el mundo. Y eso tiene que doler.
Y
qué me dices de Pujol y familia. Que yo, en este caso, pienso sobre todo en
Marta Ferrusola, la matriarca que, según dicen, lo controlaba todo, que lucía
poderío, que ordenaba a sus escoltas que le pasearan al perro y que no
soportaba a los charnegos, qué digna ella. Que les decía a sus hijos, cuando
aún eran niños y no presuntos delincuentes, que no jugaran con este o con aquel
otro porque eran castellanos, qué delito. Y ahora, ya la ves, teniéndose que
esconder de vecinos y periodistas, que lo mismo alguno hasta es de Murcia, qué
bochorno, ya no se respeta nada. Y mostrando toda su educación mandando a la
mierda a un reportero, quién te ha visto y quién te ve.
Por
no hablar de algún empresario como Jorge Dorribo, el campeón de la operación
ídem, que ha pasado de lucir deportivos y vivir en casas lujosas a vender
quesos en mercadillos de Portugal. Caralludo. No, que no es que la cosa me
parezca estupenda, es que los quesos se llaman Caralludo. Sí, eso he leído; la
vida a veces te da tortas como quesos.
Pero,
es verdad, todo eso, que a esa gente les tiene que doler mucho, a los
ciudadanos no nos consuela. Los ciudadanos queremos que se haga justicia y que
se acabe con la vergüenza, pero con la que sufre el país, no con la que padecen
los corruptos. Sin embargo, a juzgar por lo que revelan las últimas encuestas,
los ciudadanos también somos caralludos, como los quesos de Dorribo. Porque, al
parecer, la mejor idea que se nos ocurre para mostrar nuestra indignación y
darle una solución a este país es votar a Podemos, mira qué bien. Que viene a
ser una reacción como la que tenía mi padre cuando era niño y su madre le
castigaba a su modo de ver injustamente. Según me ha contado varias veces entre
risas, en esos casos mi padre amenazaba gritando “pues ahora me corto un pie”.
Sin pensar en lo que eso suponía, claro. Pues en este país lo mismo. Si nos
castigan, reaccionamos sin pararnos a pensar en las consecuencias. Ni en que,
por lo poco que se sabe de cómo Podemos puede hacer lo que dice que podría
hacer, darles la oportunidad de que manejen nuestros cuartos y nuestras vidas
puede ser talmente como cortarnos un pie. Y eso sí que tiene que doler.
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