Emburciadas

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jueves, 12 de marzo de 2015

ZUMBANDO


Qué cosas se me ocurren. Ayer me entró un así, un no sé qué, un qué sé yo, de que tendría que hacer ejercicio, ya ves. Y como lo de ir al gimnasio pues casi que no, qué pereza, que mi vida sedentaria puede que me empiece a preocupar pero todavía no me aterra, pues me dije, hala, gimnasia en casa. Me agencié un video de ejercicios prácticos de zumba, eso que está tan de moda y que dice mi amiga Mari Pili que es lo más. Me calcé unos leggins verde fosforito que no sé qué rayos hacían en mi fondo de armario y una camiseta de mi propio con un tío tumbado en una hamaca que parece talmente su retrato y que dice “yo sé lo que es trabajar duro porque lo he visto”. Me coloqué frente a la tele, le di al “play” y fui a por todas.
Mira, no veas qué espectáculo. Aquello era para verlo. Vamos, para hacer el video conmigo. Que conste que yo intenté seguir cada uno de los pasos del tipo que dirigía la cosa hasta el final. Bueno, al menos hasta donde recuerdo estar aún consciente. La clase pintaba bien al principio. “Vamos a hacer una respiración”, dijo el monitor para empezar, abriendo los brazos y subiéndolos hasta la cabeza. Creo que esa fue la última vez que respiré en la media hora que duró la clase. Luego, él y los tres alumnos que lo acompañaban se pusieron a dar palmas. Y se acabó la paz.

La cintura de aquel video-cuerpo que parecía de roble macizo empezó a contonearse mientras los pies iban de derecha a izquierda, luego de atrás hacia adelante, después una “vueltesita”, a la que siguió otra y otra más. Pisotón con el pie derecho, pisotón con el izquierdo, caderazo a la derecha, caderazo a la izquierda, vientre pa dentro, vientre pa fuera, mueve la cintura, gira la cadera… mira, solo me faltaba Piqué para ser la mismísima Shakira.

Cuando yo empecé a pensar que aquel tío tenía cuatro pies, de tantos sitios que pisaba con ellos, empezó a mover los brazos como quien baila sevillanas pero con música de cumbia, fusión total. Dos pasos laterales para un lado, dos para el otro. Y más vueltas. Patadita delante, patadita detrás. Ahora apretamos el abdomen, ahora flexionamos las piernas hasta quedarnos en cuclillas. Ahora nos levantamos (bueno, mi ahora tardó un rato en realidad). Y giramos, y giramos…

No recuerdo cuando perdí el sentido. El común, quiero decir. Porque hay que estar de la olla para meterse en ese fregao. Pero sí recuerdo que, en medio de una nebulosa, se me venía continuamente a la cabeza la imagen de la viñeta de las “clases de zumba con Lurditas” del genial Luis Davila.

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A la décima vuelta yo ya había perdido el horizonte. No veía nada. Me había desaparecido la tele, el monitor y la clase. Entonces me di cuenta de que era porque estaba de espaldas. En uno de los giros me había quedado del revés, extraviada del todo. “A ver, los de casa, sigan también”, dice el tipo. Eso iba por mí fijo. “¡Fuera zapatos!”, grita. A buenas horas. Mis zapatillas habían volado mucho rato antes, una después de la otra, en uno de esos movimientos de pies al frente con energía que se ve que se tenía que hacer alternándolos y yo lo hice con los dos a la vez, preocupada como estaba más de buscar aire donde fuera que de controlar mis extremidades. Una de las pantuflas se quedó colgada en la lámpara del comedor, toma ya, y eso sin fuerzas. La otra aún la estoy buscando. Y yo aterricé de culo en la alfombra. Fui a gatas hasta la mesa de centro y me agarré a ella como pude para levantarme mientras los del video ponían el culo en pompa y lo sacudían como patitos salidos del agua pero con mucho ritmo.
A mí aquello ya me empezó a parecer indigno. Pero no desistí. Total, a esas alturas ya no sabía si yo era yo o mi espíritu, así que, de perdidos, to the river. Siguieron una combinación de pasos cortos y pasos largos a la derecha y a la izquierda, una rodilla aquí y la otra en Honolulu, y unos gestos con los brazos como de qué fuerte soy, de pa chula yo o de que te meto. Todo ello amenizado con el “Escándalo” de Raphael, versión salsa. Que, ya puestos, a mí me hubiera venido mejor “El tamborilero”, que es como menos agresivo ¿no? Porque los ritmos latinos esos parece que los ponen siempre a mil revoluciones y eso no hay cuerpo que lo siga, no me fastidies.

Cuando ya pensaba que había llegado el final –y no me refiero al de la clase, sino al mío propio- tocó un ejercicio tipo Mazinger Z, puños fuera. Ahí fue cuando me cargué la figurita de Lladró que alguien nos había regalado para la boda. La pastorcita quedó decapitada en el acto con mi derechazo y la ovejita se fue a tomar por saco para acabar hecha añicos. De la impresión, di un respingo hacia atrás nada zumbón y, como estaba descalza, me clavé un cachito de porcelana en el talón izquierdo. Al querérmelo agarrar para aliviar el dolor, me falló la rodilla derecha, que, para mi sorpresa, seguía en su sitio aunque muy debilitada, y me di de bruces contra el suelo. Los del video seguían contoneándose, girando los pies, moviendo las caderas y dando palmas como si no pasara nada. Para mí que eran unos dobles de los primeros que los cambiaron a media clase cuando yo ya no veía ni la tele. Porque seguían tan frescos y eso a mí me parece inverosímil del todo.

Repté, literalmente, hasta el aparato de DVD y conseguí darle al “stop” con la nariz, que era lo único que había sobrevivido a la furia gimnástica.

A Dios pongo por testigo de que no lo vuelvo a intentar. Un día después, me sigue doliendo hasta el pelo. Y creo que lo único que me queda sin esguinzar son dos metatarsianos. Y eso con dudas, porque al andar me tira un poco el pie derecho.
En caso de que me dé otra locura de estas, a lo más movido que me apunto es  a una clase de yoga. El ejercicio está sobrevalorado. Y yo tampoco tengo tantos michelines. Y el zumba tampoco me parece tan sano. Y Mari Pili tampoco es tan amiga mía.
Yo lo dejo. Pero ya. Lo dejo zumbando, vaya.

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