Por
fin se acaba esto, bendita sea la jornada de reflexión. Que yo el domingo voto,
lo juro por el paisano de los caballitos, palabrita del niño Jesús. Pero que me
dejen ya en paz. A mí ya no me queda más vergüenza ajena y lo de a ver quién la
dice más gorda hace tiempo que dejó de hacerme gracia.
Que
yo reconozco que a mí las campañas y las elecciones siempre me gustaron, más
que nada por deformación profesional. Pero es que después de esta, que la he
seguido desde fuera, he llegado a la conclusión de que si es cierto eso de que
lo que no te mata te hace más fuerte, o nos hemos muerto y con tanta tontería
no nos hemos enterado o somos unos sansones de la conciencia cívica esa. Por Dios
bendito, quince días y ni un minuto más. Que la democracia se apiade de
nosotros si este es el nivel que nos espera.
Estoy
deseando que llegue el lunes y cada mochuelo a su olivo. Nosotros seguiremos
siendo los mismos currantes mal pagados, los mismos parados, los mismos
sangrados por los impuestos, los mismos números en las listas de espera
sanitarias… Pero, al menos, los políticos volverán a meterse en sus despachos,
a sentarse en sus poltronas y dejarán de hacer el payaso. Es que, en serio, a
esta gente le das un escenario, un atril y unos cuantos votos potenciales y son
como el club de la comedia pero en cutre.
Que
tenemos que votarles después de oír cómo se llaman unos a otros corruptos, ladrones,
prostitutas, gentuza, casta, pijos, zombis, rameras... Escuchar que cobrar el
paro es tener una beca para poder hacer cursos en el extranjero o que gracias a
Barcelona Catalunya no es Galicia, qué buen rollito.
Votarles
después de ver a políticos montando en bici con traje y corbata, jugando al
baloncesto, acercándose a los niños –qué culpa tendrán los niños- visitando a
ancianos, colegueando con los pobres, paseando al perro, organizando citas
exprés, repartiendo condones. Ver a candidatos cantando rap, a candidatos
cantando reggae, a candidatos cantando no se sabe qué, a candidatos cantando. A
candidatos que no se saben su programa, a candidatos que abandonan porque les
da por leer su programa y no les gusta, a candidatos que no sabían que eran
candidatos. A candidatos que no pueden votarse a sí mismos porque viven e incluso
trabajan -como alcaldes- en otro ayuntamiento. A candidatos que repiten las
mismas promesas que hicieron hace cuatro años y no cumplieron. A candidatos
cuyo objetivo, en general y fundamentalmente, no es ganar nuestra confianza,
sino evitar que ganen otros.
Encontrártelos
en los mercados, en los parques, en el súper, en las plazas, en los barrios y
parroquias que después (y antes) olvidan. Ttomando cañas, tomando horchata,
tomándonos por tontos de baba. Encontrártelos hasta en la tostada del desayuno.
Y lo
que es peor: que yo no sé qué rayos voy a hacer con tanto parque, tanta acera,
tanta farola, tanta pista, tanta carretera, tanta guardería, tanto centro de
salud, tanto polideportivo, tanta red wi-fi, tanta ayuda y tanto puesto de
trabajo como me van a conseguir.
Un
monumento debieran hacernos, por ir a votar después de este circo. Menos mal
que por fin se acaba esto.
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