Decía
Pablo Iglesias que Podemos es el partido que mejor encarna “lo nuevo”. Qué gran
cosa esta de “lo nuevo”, oye. Viene siendo algo así como hablar inglés: te abre
muchas puertas. Que tú dices “yo soy lo nuevo” y la gente empieza a confiar en
ti, a verte como el solucionador de todos tus males y a votarte como quien
adora a un mesías. Y, ya, si dices, “yo soy lo nuevo frente a la casta” lo
petas.
Según
la Real Academia, “nuevo” es lo “distinto y diferente de lo que antes había o
se tenía aprendido”. Una definición que a mí no me casa con los de Iglesias y derivados.
A saber: Podemos está siendo investigado por posible financiación ilegal; allí
donde gobiernan han enchufado a parejas y demás parientes con sueldos poco
propios para la progresía; si son investigados o acusados o montan un escándalo
pasan de dimitir; los recién elegidos diputados corren a pedir sus 3.000 euros
para taxis mientras su jefe presume de que ellos renuncian a todo privilegio… ¿Nuevo?
Pues a mí esto como que me huele a naftalina, ya ves.
Pero
hay más. En la batalla –llamarle negociación me parece mucho eufemismo- para
formar Gobierno, Pablo Iglesias -tercera fuerza-, le exige a Pedro Sánchez
–para que gobierne habiendo perdido- la vicepresidencia, la mitad de los
ministerios, el control de la tele, cuarto y mitad de secretarías y un
apartamento en Torrevieja. Bueno, vale, lo del apartamento no está contrastado,
pero al tiempo. De nuevo, nada ídem bajo el sol político.
Por
otra parte, escenas como la que protagonizó hace unos días el concejal
madrileño Javier Barbero, que vino a decir que el escrache que le hicieron los
policías descontentos con su gestión era incitación al odio mientras que los
que hacía él antes eran libertad de expresión, me hacen pensar que estos, más
que “lo nuevo”, son simplemente un recambio de lo viejo. Recambiar es, dice la
RAE, “sustituir una pieza por otra de su misma clase”. Ahí le han dado.
Le
han dado a Barbero, que se ha convertido en “casta”, o sea, “grupo que forma
una clase especial y tiende a permanecer separado por su raza, religión,
etcétera”, volvemos a la Academia. Cuando estaba en el otro lado, al ahora
concejal le parecía estupendamente libreexpresionista acorralar e insultar a,
por ejemplo, Ruíz Gallardón, solo porque tomaba posesión como alcalde. Pero
ahora que ha pisado moqueta considera que hacerle lo mismo a él porque no
dialoga es algo inadmisible. Lo era tanto en aquel caso –y en tantos casos
habidos- como en el suyo. La única diferencia es el recambio de Barbero.
Y le
han dado también a todos los de Podemos y asociados que son investigados, han
enchufado, se aferran al cargo, disfrutan de privilegios o piden más poder del
que les han dado las urnas.
No
son nuevos, son recambios. Y son casta, porque se creen una clase especial.
Quizá no por su raza ni por su religión. Pero sí por unos cuantos etcéteras.
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