Él la
miró fijamente y entonces se dio cuenta: se movía sin voluntad y sin rumbo.
Estaba claro que no tenía decisión. Que se dejaba llevar. Era realmente
hermosa. Su silueta le atraía poderosamente. También su gracilidad. Sí, era tan
atractiva. Tan delicada y tan altiva a la vez. Pero todo su poderío se reducía
a pura apariencia. En todo ese tiempo no había hecho otra cosa que moverse de
un lado a otro sin sentido. Ahora hacia aquí, ahora hacia allá. Tan pronto se
elevaba con un porte soberbio como se venía abajo, derrotada. Entonces se
revolvía con genio. Y, en un segundo, volvía a una postura de absoluta
resignación. Iba y venía sin poder dominarse. Sin vida propia. Y, sin embargo, se
la veía complacida. A él le pareció triste. Pero no había nada que hacer. Al
fin y al cabo, ella solo era una hoja que volaba mecida por el viento.
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