Bueno,
pues, menos mal, parece que la semana empieza con buenas noticias. O, al menos,
con una: la auxiliar de enfermería está libre del virus del ébola. Sí, es
cierto que el resto de informaciones no son como para tirar cohetes: la
corrupción entre políticos suma y sigue; los estudiantes van a la huelga; Mas
sigue convirtiendo a Catalunya en un circo; muere Óscar de la Renta sin que yo
haya conseguido ahorrar lo suficiente para comprarle un modelito; y quiebra la
empresa Fiesta, con la de ahorros de infancia
que me gasté yo en sus Kojak y en sus
piruletas. Encima, los de Podemos se pelean entre ellos después de causarnos la
gran desilusión de reconocer que sus propuestas económicas no son viables -¿en
serio? Nunca lo hubiera dicho-. Y, por si todo esto fuera poco, Almodóvar vuelve
a hacerse notar y dice que los gallegos son analfabetos –lo que ha provocado un
gran escándalo- y anima a los de las preferentes a que les corten el cuello a
Rato y a Blesa –lo que no ha escandalizado a nadie, que aquí, ya se sabe, lo de
animar al asesinato se lleva bien, pero sin insultar ¿eh? sin insultar-.
El
caso es que, con ese panorama, lo de Teresa Romero es, sin duda, una alegría
enorme que te hace encarar la actualidad con otro ánimo. Sobre todo después de
la semana de llanto que acabamos de dejar. Hija, qué días de lágrimas. Que aún
no me había recuperado de la pena negra por el asesinato de Héctor, el personaje
de la serie Amar es para siempre,
cuando me encuentro a Oriol Junqueras llorando porque no le dan la
independencia. Hombre, es que es indignante, es que eso no se hace, es que eso
es traicionar a los millones de seguidores que tiene. Lo de la serie, me
refiero, que lo de Junqueras más que indignante me parece patético, qué quieres
que te diga.
Porque
ver a Asun, la mujer de Héctor en Amar…
deshecha en lágrimas viendo cómo asesinan al amor de su vida ahora que ya
parecían definitivamente juntos, después de que primero no se podían casar porque
él estaba casado, luego él se queda viudo y ya se pueden casar, más tarde entra
en coma, se recupera, entonces descubren que no estaban legalmente casados
porque su primera mujer no se había muerto, luego se pelean y al final se vuelven
a juntar y hacen planes de boda… es que te parte el alma. Pero ver a Junqueras
haciendo pucheros porque Mas primero dijo que independencia sí o sí, luego que
ya veremos, después que referéndum, más tarde que no, que sí, que no, que
elecciones y al final que un paripé de no se sabe muy bien qué… pues no es lo
mismo. Vamos, que yo cuando lo vi en la tele sentí pena, mucha pena. Se me
abrieron las carnes toas, vaya. Pero no por compasión hacia él, precisamente.
Es que, Oriol, a ver, no se puede salir un día pidiendo la independencia por la
vía de la rebelión y al día siguiente pedirla echando el moco. Vamos, que eso
te hace menos creíble que la serie esa que digo.
Así
las cosas, yo, puestos a elegir entre culebrones, prefiero llorar con el del
difunto Héctor y su viuda Asun. Porque, al fin y al cabo, Amar es para siempre es una serie de ficción. Y el Llorar es para un rato de Catalunya
empieza a ser de ciencia ficción.
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