viernes, 10 de octubre de 2014

LA ESTUPIDEZ CONTAGIOSA


Desde la patética rueda de prensa de la ministra y compañía que, de no ser porque allí no había calidad por ningún lado, sería digna de una película de Berlanga, hasta los bulos corridos por las redes sociales y los medios, a mí el asunto este del ébola ha venido a confirmarme que si hay un mal contagioso de verdad en este país es la estupidez.

El principio básico de informar sin crear alarmas injustificadas que debe presidir una crisis de este tipo se ha ido a tomar por saco desde el minuto uno de la propia crisis. Y no solo porque las autoridades han cometido errores en su gestión y en la comunicación. Parece que ha habido fallos. Parece, digo, porque con la poca y mala información de los gobiernos central y madrileño y con la mucha y perniciosa desinformación de internautas aburridos, de sindicalistas buscando su minuto de gloria, de tertulianos devenidos en repentinos expertos sobre el virus y de medios de comunicación que, enfermos de ictericia, compiten en amarillismo unos con otros, cualquiera sabe lo que está pasando.

No quisiera yo alarmar, que para eso, está visto, sobra gente. Pero que los mismos medios que hablan de falta de información y comunicación desastrosa por parte de las autoridades se afanen en vomitar supuestas noticias de interés sobre el tema que no tienen interés ninguno, saltándose para ello cualquier ética periodística y hasta normas de seguridad y de sentido común, me preocupa. Señores, los políticos puede que no estén informando debidamente, pero desde luego ustedes lo están haciendo muy indebidamente, creo yo.

La última, después de que un medio gallego alarmara con un gran titular advirtiendo de que la auxiliar de enfermería “estuvo a punto” de venir a su pueblo de Galicia cuando ya estaba enferma, una radio matara a la pobre auxiliar de enfermería, una representante sindical la intubara, un periódico le preparara la incineración y dos periodistas que soñaban con ser intrépidas reporteras se colaran en las plantas cerradas del Carlos III total para no decir nada nuevo, ha sido la foto de la enferma en la habitación de su aislamiento publicada por un diario. Y, lo mejor, el editorial que su director firma hoy para justificarla.

“Cinco razones para publicar la fotografía de Teresa Romero”, lo titula. Pero yo me lo he leído y no encuentro ninguna. Según el director de ese medio, la primera razón es que la foto no es robada porque se hizo sobre el monitor desde el que se vigila a la paciente y con el conocimiento de “algún integrante del hospital”. Cojonudo; o sea, que para este director el hecho de que un trabajador del hospital viera cómo hacían la foto y no dijera nada equivale a una autorización de la interesada. La segunda, que el plano general que ofrece la foto aporta información sobre cómo está atendida la paciente. Pues yo no veo esa información en la foto; solo veo a una persona en una cama de hospital. La tercera, que otros medios la entrevistaron por teléfono, lo que le parece fatal al director de ese periódico. Razón poderosa, sí señor; “si otros hacen cosas feas, yo no voy a ser menos”; al margen de que, si la enferma atendió a las llamadas de los periodistas fue por su voluntad. La cuarta razón, que hay televisiones que han “chafardeado” en el entorno de la afectada y ellos no. No, ellos solo se han “colado” en su lecho del dolor sin su consentimiento. Y la última, que la publicación de la imagen es poco menos que un acto para resarcir a la enferma después de que el consejero de Sanidad de la Comunidad de Madrid –otro iluminado- la culpara de su situación. Muy loable la intención, pero ¿no había otra forma?

Lo dicho, ninguno de esos argumentos es verdaderamente una razón para publicar la foto. Comprobémoslo mediante una sencilla prueba: ¿por qué publicó usted la foto? “porque no era robada y un tipo del hospital que lo vio no dijo nada”, “porque era un plano general para mostrar cómo la atendían”, “porque otros medios la han entrevistado por teléfono”, “porque algunas televisiones han curioseado en su entorno”, “porque el consejero de Sanidad le echó la culpa de contagiarse”. No, señor mío, no ha contestado usted a la pregunta; le pedíamos razones y lo único que ha dado son excusas de mal pagador.

En un país que se echó las manos a la cabeza y hasta provocó disturbios por el sacrificio de un perro, se despedaza la intimidad de una persona gravemente enferma en nombre de no sé qué libertad de no sé qué información sin que nadie rechiste.

Como ciudadana, mi mayor interés ahora mismo es que Teresa Romero se recupere y que no haya más afectados. Eso es lo primero. Lo segundo, que se detenga esa otra infección, la de la estupidez, que se está demostrando tan contagiosa. Que no todo se arregla pidiendo dimisiones políticas.

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