Desde
la patética rueda de prensa de la ministra y compañía que, de no ser porque
allí no había calidad por ningún lado, sería digna de una película de Berlanga,
hasta los bulos corridos por las redes sociales y los medios, a mí el asunto
este del ébola ha venido a confirmarme que si hay un mal contagioso de verdad
en este país es la estupidez.
El
principio básico de informar sin crear alarmas injustificadas que debe presidir
una crisis de este tipo se ha ido a tomar por saco desde el minuto uno de la propia
crisis. Y no solo porque las autoridades han cometido errores en su gestión y
en la comunicación. Parece que ha habido fallos. Parece, digo, porque con la
poca y mala información de los gobiernos central y madrileño y con la mucha y
perniciosa desinformación de internautas aburridos, de sindicalistas buscando
su minuto de gloria, de tertulianos devenidos en repentinos expertos sobre el
virus y de medios de comunicación que, enfermos de ictericia, compiten en
amarillismo unos con otros, cualquiera sabe lo que está pasando.
No
quisiera yo alarmar, que para eso, está visto, sobra gente. Pero que los mismos
medios que hablan de falta de información y comunicación desastrosa por parte
de las autoridades se afanen en vomitar supuestas noticias de interés sobre el
tema que no tienen interés ninguno, saltándose para ello cualquier ética
periodística y hasta normas de seguridad y de sentido común, me preocupa.
Señores, los políticos puede que no estén informando debidamente, pero desde
luego ustedes lo están haciendo muy indebidamente, creo yo.
La
última, después de que un medio gallego alarmara con un gran titular advirtiendo
de que la auxiliar de enfermería “estuvo a punto” de venir a su pueblo de
Galicia cuando ya estaba enferma, una radio matara a la pobre auxiliar de
enfermería, una representante sindical la intubara, un periódico le preparara
la incineración y dos periodistas que soñaban con ser intrépidas reporteras se
colaran en las plantas cerradas del Carlos III total para no decir nada nuevo, ha
sido la foto de la enferma en la habitación de su aislamiento publicada por un
diario. Y, lo mejor, el editorial que su director firma hoy para justificarla.
“Cinco
razones para publicar la fotografía de Teresa Romero”, lo titula. Pero yo me lo
he leído y no encuentro ninguna. Según el director de ese medio, la primera
razón es que la foto no es robada porque se hizo sobre el monitor desde el que
se vigila a la paciente y con el conocimiento de “algún integrante del hospital”.
Cojonudo; o sea, que para este director el hecho de que un trabajador del
hospital viera cómo hacían la foto y no dijera nada equivale a una autorización
de la interesada. La segunda, que el plano general que ofrece la foto aporta
información sobre cómo está atendida la paciente. Pues yo no veo esa
información en la foto; solo veo a una persona en una cama de hospital. La
tercera, que otros medios la entrevistaron por teléfono, lo que le parece fatal
al director de ese periódico. Razón poderosa, sí señor; “si otros hacen cosas
feas, yo no voy a ser menos”; al margen de que, si la enferma atendió a las
llamadas de los periodistas fue por su voluntad. La cuarta razón, que hay
televisiones que han “chafardeado” en el entorno de la afectada y ellos no. No,
ellos solo se han “colado” en su lecho del dolor sin su consentimiento. Y la
última, que la publicación de la imagen es poco menos que un acto para resarcir
a la enferma después de que el consejero de Sanidad de la Comunidad de Madrid –otro
iluminado- la culpara de su situación. Muy loable la intención, pero ¿no había
otra forma?
Lo
dicho, ninguno de esos argumentos es verdaderamente una razón para publicar la
foto. Comprobémoslo mediante una sencilla prueba: ¿por qué publicó usted la
foto? “porque no era robada y un tipo del hospital que lo vio no dijo nada”, “porque
era un plano general para mostrar cómo la atendían”, “porque otros medios la
han entrevistado por teléfono”, “porque algunas televisiones han curioseado en
su entorno”, “porque el consejero de Sanidad le echó la culpa de contagiarse”.
No, señor mío, no ha contestado usted a la pregunta; le pedíamos razones y lo
único que ha dado son excusas de mal pagador.
En
un país que se echó las manos a la cabeza y hasta provocó disturbios por el
sacrificio de un perro, se despedaza la intimidad de una persona gravemente
enferma en nombre de no sé qué libertad de no sé qué información sin que nadie
rechiste.
Como
ciudadana, mi mayor interés ahora mismo es que Teresa Romero se recupere y que
no haya más afectados. Eso es lo primero. Lo segundo, que se detenga esa otra
infección, la de la estupidez, que se está demostrando tan contagiosa. Que no
todo se arregla pidiendo dimisiones políticas.
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