Vaya,
pues ahora lo entiendo todo. Claro, si es que, al final, todo tiene una
explicación, aunque haya que bucear en los años más tiernos de uno para
encontrarla.
Que
resulta que a Tania Sánchez su padre le prohibía jugar con Barbies. Que eran una mala influencia por ser demasiado “top-model”,
decía. Y tampoco le dejaba ver MelrosePlace ni Beverly Hills, que
aquello era algo así como una casta de snobs
horteras venidos muy arriba. Bueno, bueno, bueno. Pobre Tania. Porque la cosa
no es que se lo prohibieran, no; lo malo es que a ella aquellos demonios le
gustaban, que bien que dice que aunque no le dejaran, veía las series esas a
escondidas. Y, claro, lo de contravenir las órdenes de su padre debía de ser
incómodo, pero aún tiene un pase. Lo grave es que a esta chica la obligaron a
luchar contra su educación, los principios inculcados y contra ella misma para
intentar encontrar su sitio.
Que
ya me la imagino yo, criaturita, babeando mientras visionaba clandestinamente
aquellas supercasas, aquellos supercoches, aquellas superfiestas, aquellos
supermodelitos y aquel superlujo, qué super todo, tía, osea. Aquellas superfiguras tipo Barbie de Brenda y
sus amigas y aquellos supercuerpazos tipo Ken de Brandon y sus colegas ¡vade retro! Y mirar de reojo a su Nancy permitida, tan redondita, y pensar
“pues va a ser que no es lo mismo”. Y no te digo nada cuando se fijaba en su
orondo Barriguitas, también legal en
su casa; vamos, ¡como para preferirlo a Luke Perry!
Qué
trauma, oye, peleando desde el sofá entre su “yo” público de progre en ciernes
contra su “yo” interior de aspirante a pija glamurosa, quedándose al final en
eso hoy en día tan ordinario por abundante que es el progrepijismo. No me
extraña que, a la postre, la buena de Tania se haya convertido en un culo de
mal asiento. Que en lo que se tarda en cambiar de vestido a una Barbie, ella se mete en Izquierda Unida,
se echa de novio al líder de Podemos –menos aparente que Ken pero con el
suficiente sex appeal como para irse de copas con Brandon por Beverly Hills
adelante- se hace candidata de IU, se sale, monta una plataforma y tontea con
los del partido de su churri, a los que deja arrimarse pero lo justo. Vaya, que
compromisos los justos, que ya ha dicho también que el matrimonio no tiene nada
que ver con el amor, así que, como mucho, algún que otro derecho a roce y punto
pelota.
Qué
malos son los traumas infantiles, verdaderamente. Y los juveniles. Yo creo que
estas revelaciones de Tania son más que suficiente razón para perdonar esos
deslices de los que se le acusa, como lo de favorecer a su hermano en contratos
millonarios. Compréndanla, señores míos, ¡que no la dejaban jugar con barbies, un poco de compasión! Y encima
es que el que autorizaba los contratos era su padre, ya ves tú, como para
llevarle la contraria. Que se empieza discutiéndole los de las adjudicaciones y
se acaba confesando que “para que lo sepas, cuando no estabas en casa yo veía Melrose Place,” y se lía parda, quita,
quita.
Menos
mal que esta chica nació en la época en que nació. Porque si llega a ser
adolescente ahora lo mismo su padre le prohibía jugar a videojuegos, usar el
Twitter ¡o ver Gran Hermano Vip, Dios Santo! Iba a ser un bicho tan raro que a
saber en qué se convertía en el futuro. Que igual acababa en el PSOE ¡o en el
PP!, mira lo que te digo, válgame el cielo.
Hija,
Tania, tú déjate de traumas y no te hagas mala sangre. Mira: yo también era de Nancy, que a mí la Barbie me pilló ya algo mayor y además siempre me pareció muy
estirada. Y también veía a los Melrose
y a los Beverly. Y aquí me tienes,
tan feliz, casada con un barriguitas,
que también tiene su aquel, y contenta de haber asumido a tiempo que los
Brandon y compañía solo existen en la tele. Será por eso -o porque a mí no me
prohibieron nada de ese estilo- que llevo una vida de lo más normal. Casi
vulgar, diría yo. Ya me gustaría a mí haber llegado a pijaprogre. Pero no hay
que traumatizarse.
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