Que
sí, que es verdad. Que he tenido esto un poco abandonado. Pero es que la lían a
una con asuntos varios y no hay forma de encontrar tiempo para todo.
Ahora,
que no haya publicado nada en estos días no quiere decir que haya estado
ausente, qué va. Todo lo contrario, entre asunto y asunto he podido seguir la
actualidad y, la verdad, qué de cosas han pasado, tú. Y todas de enjundia, que cuando
aún no has asimilado que Xavi Hernández se va del Barça te sueltan que ya no
puedes lavar el pollo debajo del grifo, qué contrariedad. Y estas tú todavía
rompiéndote la sesera en busca de una forma de quitarle al pollo las bacterias
que han ido dejando todos los que lo han manoseado antes de que llegara a tu nevera
sin que se extiendan las que lleva de serie y va España y pierde contra Chile
despidiéndose del Mundial.
Y entre
tanto, Pablo Iglesias justificando a ETA y contemplando impertérrito cómo
sacaban a empellones a un señor que le incomodó con un comentario en una
conferencia que dio en el Ritz de Madrid. Y, lo que es peor, la gente mostrando
su sorpresa en la prensa y en las redes. Que no sé yo qué es lo que sorprendió
más, si que el justiciero justifique el terrorismo, si que el revolucionario salvador
de los pobres actuara en semejante templo de los ricos o si que el
ultradefensor de la libertad de expresión accediera a que la de ese asistente a
su charla se cortara de raíz con una patada en el culo. En ninguno de de los tres
casos entiendo la sorpresa, que a este se le veía venir desde el minuto uno.
Pero,
bueno, nada como los actos del otro día en Madrid. Sí, sí, lo de las Cortes y el
Palacio Real. Que digo yo que menudo sarao organizaron Felipe y Letizia para
decirles a sus niñas que los reyes son los padres, oye. Vale que en su caso la
cosa es más literal, pero yo recuerdo perfectamente cuando se lo dije a las
mías y el tema fue infinitamente más simple. La mayor se puso a llorar, lo
mismo que yo cuando mis padres hicieron lo propio conmigo –sí, parece
increíble, pero eso también lo recuerdo-. Y cuando le tocó a la pequeña su
reacción fue mucho más, cómo diría, más prosaica. Le solté el mismo argumento
que a la otra: que lo importante es la ilusión, que la magia puede continuar,
que entre todos haríamos que ese siguiera siendo un día especial…. Y ella,
impasible el ademán como si fuera la mismísima Doña Leonor, escuchó mi discurso
como si yo fuera el mismísimo Felipe VI y al acabar sólo preguntó “pero, bueno,
¿me váis a seguir trayendo lo que pida?”. Vamos, que sólo le faltó añadir un “¿o
va a haber recortes?”, como anticipándose a los tiempos, ella a lo suyo.
Pero,
bueno, que ahí quedó la cosa. No invitamos a nadie ni nos compramos modelitos
para la ocasión y, sobre todo, no hubo besamanos. Un par de besos en las
mejillas y un achuchón maternal y asunto zanjado. En fin, soy consciente de que
los tiempos cambian. También en mi época la Primera Comunión se liquidaba con
un chocolate con churros y ahora se hacen comuniones que parecen bodas.
Y el
pollo se lavaba con un buen chorro de agua y no pasaba nada. Y los
revolucionarios hacían la revolución y no paripés. Y Xavi Hernández aún no
jugaba al fútbol. Y la Selección española… bueno, eso sí, la Selección española
tampoco ganaba los mundiales.
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