Anda
lo que me pasó hace unos días, juas, juas. Es que resulta que mis hijas me
tienen loca con un programa que ven todas las mañanas en la tele y que yo no
soporto porque me parece una horterada y me resulta de lo más desagradable. Menos
mal que se han acabado las vacaciones y ya no pueden seguirlo, porque, vamos,
el programita es de lo más edificante.
La
cosa, por lo que se ve, trata de unos chicos y unas chicas que van allí,
básicamente, a ligar unos con otros. Y se disfrazan y todos opinan de unos y
otros y votan. Más o menos es algo así. Pero es que cuando llega lo de opinar aquello
se convierte, no sé cómo definirlo, en un gallinero en el que se dicen de todo
menos bonito o bonita. Y gritan. Gritan mucho. Y dicen cosas muy barriobajeras
y se insultan con un tono que qué quieres que te diga. Vamos, que la más fina
de las participantes envidiaría la elegancia de la Macu de Aída. Y encima
cobran, no te lo pierdas. “¿Y por ir ahí a hacer eso les pagan?”, pregunté yo
estupefacta la primera vez que lo vi. Que, oye, que yo respeto mucho los gustos
y las cifras de la audiencia, pero de verdad que no puedo con eso.
Pues
resulta que el otro día empecé a escuchar desde mi escritorio las lindezas
diarias que salían a gritos desde el televisor, ya estamos. “¡Choni!”, decía
una. “¡Macarra!”, chillaba otra. “¡Que no tienes ni puta idea!“, “¡Comemierda!”,
“¡Fea!”, “Gilipollas!”, “¡Mamarracho!”, “¡Pelele!”… Mira, cuando llegaron al “¡Chulo
de barra americana!”, qué nivel, no aguanté más; aquello ya me pareció pasarse
de mal gusto. Así que me fui como una flecha a la sala decidida a ordenarles a
mis hijas que apagaran la tele. Y menudo chasco me llevé.
Que
no estaban viendo el programa de marras, tú. ¡Que lo que había en la tele era
un informativo con un reportaje sobre los plenos del Parlamento gallego, madre
del amor hermoso! Yo no daba crédito, pero lo que es los políticos que allí
aparecían lo perdieron todo. Como yo delante de las niñas, por otra parte; tanto
decirles que vean el telediario en vez de esa cosa que ven para esto. Lo peor
fue que me preguntaron “¿y por ir ahí a hacer eso les pagan?”. “Les pagamos,
hijas, les pagamos”, pensé para mí. Glups.
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