Pues,
oye, llámame antigua, pero a mí lo de los robotitos esos aspiradores que te van
limpiando la casa ellos solos no me acaba de convencer. No. Reconozco que
cuando salieron al mercado me llamaron mucho la atención y, en lo más secreto
de mi yo misma, quería tener uno. Pero, ahora que lo tengo, pues qué quieres
que te diga. Bien es verdad que el mío es un modelo chino que compré por cuatro
duros y diez cupones a través de un periódico. Pero, aun suponiendo que los que
cuestan quince veces más sean –que es lo que suele ocurrir- cinco veces más
eficaces, no lo veo.
Porque,
vamos a ver, el aparatito de marras –al mío lo he bautizado R2P2- entretener,
entretiene, sí. Se pasea por tu casa sin rumbo fijo, se pone a dar vueltas sin
venir a cuento, se atasca en cualquier rincón rugiendo como si el pobre ya no
pudiera más y, normalmente, se empeña en pasar una y otra vez por las zonas más
limpias olvidándose de las más sucias. Y tú lo vas siguiendo a ratos,
observando sus tropiezos y sus superaciones. Pero, he ahí la cuestión, que, al
final, tienes que estar pendiente de él, y para eso ya me dirás. Tienes que reconducirlo,
resituarlo… y evitarlo para no tropezar. Y le hablas. Lo digo en serio; acabas
hablándole. Lo animas cuando no puede con un obstáculo, lo mimas cuando el
pobre se engancha con los flecos de la alfombra, y le regañas cuando no recoge
aquel montoncito de migas y-mira-que-has-pasado-veces-por-ahí. Es como una
mascota. Pero para limpiar, lo que se dice limpiar, la aspiradora de toda la
vida, lo que yo te diga.
Reconozco
que yo, que en general me considero moderna, para algunas cosas soy muy
clásica. Por ejemplo, en las cuestiones domésticas. Y, sobre todo, en la
cocina. Con decirte que no tengo ni Thermomix. ¡Qué digo Thermomix! ¡Si ni
siquiera tengo lavaplatos! Lo que oyes. Mis amigas me dicen que antigua igual
no, pero poco práctica, un rato. Pero es que a mí con los lavaplatos me pasa
como con Miguel Ángel Silvestre, que me parece que están sobrevalorados. Total,
para lavar los cuatro platos de los que somos de familia. Bueno y los vasos. Y
los cubiertos. Y la cazuela. Y las sartenes. Y el cacito del caldo para el
guiso. Ah, y las tazas del desayuno. Y los veinte vasos que me voy encontrando
por todos los rincones de la casa mientras persigo a R2P2. Y la cacharrada que
utiliza mi marido cuando le da por cocinar…. Bueno, vale, que sí, que igual
Miguel Ángel Silvestre está buenorro del todo, pensándolo bien.
Pero
yo te juro que me arreglo estupendamente sin el lavaplatos. A lo mejor es que,
sí, que soy una antigua. Si lo seré que hoy para comer he hecho puré de
verduras y croquetas de pollo. Así, sin esferificar ni nada, cómo lo ves. Y sin
utilizar ni una gota de nitrógeno líquido. Ni desestructurar las verduras,
hala, a pelo. Eso sí, las croquetas las he tenido que deconstruir un poco,
porque cuando ya llevaba casi una docena me he dado cuenta de que la forma era
impresentable. Ahora, que si hay que modernizarse, yo me modernizo en un pis
pas: ¿qué qué he cocinado hoy? Espuma liquidificada de frutas de la huerta de
primero y, de segundo, delicias de pollo difuminadas en bechamel y envueltas en
destrucción de pan al calor de jugo de oliva, toma ya. Y, de tercero, fregada
de platos, que yo sigo siendo más de George Clooney que del Silvestre ese. Aunque,
no, tampoco tengo Nespresso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario