A mí
es que esto no me parece ni medio normal. Estamos casi a mediados de junio y
parece febrero. Venga a soplar el viento y venga a llover. No puedo con este
tiempo, de verdad. Y aún hay quien dice que la lluvia es arte. Sí, también era
arte aquella bicicleta vieja y oxidada con cuatro ladrillos encima del sillín
que vi hace años en una exposición. Va a gustos, desde luego, pero a mí me
parece una tomadura de pelo. Sí, lo de la bicicleta también, ya que estamos.
Me
parece una burla que tengamos que vivir entre temporales. Que no sé por qué les
llaman temporales, porque estos son fijos de plantilla, vaya. Oye, que se instalan allá por septiembre y aquí
siguen. En Galicia no tenemos estaciones, tenemos alertas. Alerta amarilla,
alerta roja, alerta por viento, alerta por lluvia. Hombre, ya está bien. Que al
final la alerta la van a tener que dar cuando se prevea buen tiempo, por lo
insólito del caso. A saber cómo reaccionaremos, si es que llega el día.
Dan
ganas de no salir de casa. Pero salimos, claro. Y es una odisea. Te plantas frente
a la puerta, te abrochas bien la gabardina –o el trench, que queda más cool-,
te cuelgas el bolso y antes de abrir la puerta ya piensas “cómo me voy a poner”.
Sales, te resguardas debajo de un balcón para sacar el tabaco y el mechero
mientras el paraguas se te cae. Te agachas a cogerlo, pasa un coche y te
bautiza. Te recompones, sujetas el paraguas entre las piernas, enciendes el
pitillo, guardas la cajetilla en el bolso y abres el paraguas. Sales de tu
refugio y echas a andar. Como hace tanto viento, el paraguas se balancea y tú
te mojas como si no lo tuvieras. Pero lo sigues sujetando, con toda dignidad.
Entonces te das cuenta de que el pitillo no tira porque está empapado. Apoyas
el palo del paraguas en el hombro, lo intentas sujetar ladeando un poco la
cabeza, encogiendo el hombro y arrimando el brazo contra el pecho mientras, con
la otra mano, vuelves a buscar el paquete de tabaco en el bolso. En esa
posición tan natural, el bolso se va resbalando por el brazo y acaba en el
suelo. Cuando te inclinas a recogerlo, el paraguas hace un movimiento extraño y
vuela dos portales más allá. Corres hacia él. Lo alcanzas, lo agarras, lo
abres, vuelves a sujetarlo con la misma naturalidad de antes, sacas el puñetero
tabaco, el mechero, enciendes otro pitillo, guardas el tabaco y el mechero,
cierras el bolso y te dispones a caminar. Entonces te percatas de que una
varilla del paraguas se te ha enganchado en el pelo. Te dejas el pitillo en la
boca, te colocas bien el bolso en el hombro y pones las dos manos a trabajar
para desenganchar la varilla. Y en eso te suena el móvil. Que está en el bolso,
claro. Te estás ahogando por no soltar el cigarrillo de la boca, pero, como si
no te importara, dejas el paraguas colgando del pelo, abres el bolso, buscas el
móvil, se cae el paraguas, se te caen varios pelos, se cae el pitillo y coges
el teléfono. Te lo apoyas en el hombro del bolso y le arrimas la oreja mientras
intentas recuperar el paraguas. Nadie te habla, ya han colgado. Haces un gesto
de fastidio, que el móvil aprovecha para caerse. Sí, claro, en un charco.
Cuando te agachas a cogerlo jurando en arameo, se cae el bolso. Sí, en el mismo
charco. Lo pones todo en su sitio y a pesar de estar como para meterte en la
centrifugadora, abres otra vez el paraguas y empiezas a andar, con la cabeza
muy alta, muy despeinada y con unos cuantos pelos menos. No has dado dos pasos
y una ráfaga de viento vuelve el paraguas del revés y lo hace trizas. Lo dejas
en una papelera que parece un cementerio de paraguas.
Llegas
al trabajo y te cruzas con un compañero. Le dices “buenos días” y te contesta
lo mismo que ese y otros compañeros, y todos los compañeros, y todos los que no
son compañeros, y los vecinos y los amigos y todos a cuantos les has dicho
buenos días en los últimos tropecientos meses te han contestado sin variación: “bueno,
tanto como buenos…”. Qué aburrimiento, de verdad. Que es que los temporales
estos nos han dejado sin conversación. Que aquí se diría que no existe la
crisis, ni el paro, ni las elecciones, ni el rey saliente ni el entrante. ¿Pero
quién va a hablar de esas cosas con la que está cayendo? Aquí ya no se habla ni
de fútbol, mira lo que te digo. Aquí comentas el último dato del paro y lo más
que obtienes es un gestito, así, como levantando un poco la mirada. Sueltas algo
sobre el palo que se han llevado los dos grandes partidos en las europeas y lo
mismo. Ahora, tú dices algo del tiempo y la gente se te abre totalmente. Se te
abre en canal, claro, para desaguar.
Pero
lo peor no es eso. Para mí lo peor es que, cuando de pronto sale el sol y se
queda, no quiero exagerar, un par de días, entonces aparecen los aguafiestas.
Los que al segundo día ya te hablan de los riesgos de la sequía, ¡de la sequía,
por Dios bendito, y tú aún con el móvil en la secadora!. Que si tanto sol no es
bueno para esto, que si la falta de lluvia es mala para aquello…. Ah, y algo
muy recurrente, que el calor va a fastidiar la cosecha de Albariño, qué manía. Que
un día ya no me pude aguantar y al que me vino con lo del vino le solté “mira, es
que yo soy más de Rioja, ¿sabes?”, que ya sé que es geográficamente incorrecto,
pero no pude más.
Pues
eso, que yo quiero sol. Y cuatro estaciones, como las pizzas.