Emburciadas

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miércoles, 9 de julio de 2014

¿ES EL ENEMIGO?


Estaba yo leyendo los informes esos de la Assemblea Nacional Catalana y del Centre d´Estudis Estratègics de Catalunya sobre la necesidad de crear un ejército propio para la Catalunya independiente y…

Oye, por cierto, que para ser que lo que quería Artur Mas era un país sin fuerzas armadas, menudo despliegue plantean estos ¿eh? Que Mas quería una Catalunya dentro de la OTAN pero sin ejército, qué gracioso. Hombre, Arturito, ¡que eso es como querer participar en Eurovisión pero sin cantante! O peor, si me apuras.

Bueno, pues que estaba yo leyendo por curiosidad los informes esos y…

Joé, es que… 25.000 soldados, reservistas, vehículos de combate, aviones, barcos de asalto anfibio, helicópteros polivalentes, Brigada de Combate Mecanizado, dos bases navales, un centro de instrucción militar básico… vamos que en la Catalunya sin ejército que quiere su presidente solo les falta el Séptimo de Caballería, el kit completo de los airgamboys –rama militar- y el cañón sin agujero de Gila ¿es el enemigo?

En fin, a ver, que me voy del tema; que estaba yo leyendo esos informes y me ha venido a la cabeza la vez aquella en que, ejerciendo de reportera, me tocó cubrir un simulacro de acción militar organizado por el Ejército cerca de Santiago, con la visita de un general americano de la OTAN. Mira, que ahora me acuerdo y me río, pero que mal rato pasé, de verdad.

Yo llegué un poco tarde y me uní al grupo de militares y periodistas justo en el momento en que un sargento bajito, ante un mapa desplegado en un atril, gritó como si le fuera la vida en ello: “el enemigo está en Lavacolla”. Por más que me esforcé, yo no lograba ver nada, ni enemigos ni siquiera pájaros en la dirección que él marcaba, pero, chico, lo dijo con tal convicción que me empecé a acojonar y a punto estuve de echar cuerpo a tierra.

Localizado el enemigo –al contrario que el Gobierno catalán, que yo creo que aún no lo tiene muy claro; de hecho, en uno de los informes lo sitúa en prácticamente todo el mundo, paseando los riesgos desde África hasta Japón y desde las armas de destrucción masiva hasta la importación de petróleo-; bueno, pues localizado el enemigo en Lavacolla, empezó el ataque. O la defensa. O lo que fuera. Y ahí vino lo mejor. O lo peor.

De pronto empezaron a salir balas de detrás de todos los árboles de los alrededores. Yo no sabía dónde meterme. ¡Yo, que le tengo pánico a los petardos de verbena, metida en aquel lío! Guiada por mi instinto de supervivencia, me arrimé a un militar con unos cuantos galones y alguna medalla que asistía impertérrito a la cosa; así, como para protegerme. El mismo que, un minuto después, me recomendó que me apartara un poco de la línea de fuego -¿la línea? ¡Pero si allí había más líneas que en un bingo!- porque el fuego era real. ¿¡Real!? ¡¿Cómo real?! Como la vida misma, me vino a decir.

No hubo bajas. Por lo menos allí. No me atreví a preguntar cómo había quedado Lavacolla ni quién había ganado. Temía que la cosa hubiera quedado en empate y se les ocurriera jugar la prórroga. Yo a la primera granada de mano que vi explotar decidí que  mi etapa como corresponsal de guerra había durado más que suficiente y me refugié en un lugar apartado. Y a la que noté que la cosa se calmaba, me acerqué al sargento para entrevistarlo y conocer la opinión del general de la OTAN. Como éste no hablaba español y el bajito no tenía ni idea de inglés, la cosa fue simpática, después de todo. “Le ha debido de gustar mucho”, me dijo el sargento, “porque no ha parado de decir very, very”. “Pues eso es definitivo”, le dije yo, que aún me temblaban las piernas y no estaba en situación de enfrentarme al Ejército.

Muchos años después, aún recuerdo aquel episodio cada vez que voy a Lavacolla, al aeropuerto. Y cuando veo a toda la gente que se mueve por allí me entran ganas de preguntarles ¿es el enemigo?

jueves, 3 de julio de 2014

PERIODISTAS Y TRANSGIVERSACIONES


Qué escándalo lo de la discusión entre Bertín Osborne y Beatriz Montañez en la tele, oye. Sí, sí, ya sé que fue hace días y que ya se ha hablado hasta el aburrimiento del tema en los medios y las redes sociales. Pero es que yo no había visto el video de la polémica hasta hoy. Y es la leche. Es increíble. Es inaudito. Alucinada estoy con la Montañez y lo que dijo.

¡Que dijo “transgiversan”, válgame el cielo! Sí, señor, lo dijo. Lo dijo cuando le reprochó a Bertín Osborne que escuchara demasiado a Alfonso Rojo y a Eduardo Inda. O sea, cuando se permitió darle lecciones al cantante sobre a quién hay que escuchar o leer y a quién no, viva la libertad de expresión y de elección. O sea, cuando se concedió la licencia de clasificar entre periodistas buenos y periodistas malos según defiendan lo que ella defiende o lo contrario. Porque ella es una periodista buena. Buenísima, diría yo. Por eso puede decir “transgiversan” sin que se le mueva ni el flequillo. Y, en cambio, Alfonso Rojo y Eduardo Inda son periodistas malos que, dijo, “tienen una impunidad mediática alucinante y transgiversan todo”. ¡Y lo dice ella, que enfatiza lo de “transgiversan” tan impunemente!

Venía la cosa a cuento de la defensa del Gobierno de Venezuela que ha hecho varias veces esa Belén Estéban de la política que es Pablo Iglesias, que ya está más en el candelero que la original y que enfervoriza a sus fans cada vez que le dice a la casta que se coma el pollo. Osborne conoce muy bien Venezuela, por lo que dijo; va a menudo, tiene mucha familia allí y ha tenido incluso relaciones comerciales. La Montañez no. No ha estado nunca ni conoce directamente lo que allí ocurre. Pero eso no importa. Ella puede hablar de lo que no tiene ni idea porque es una periodista buena. Incluso puede enseñarle lo que debe pensar de ello a quien sí tiene idea del tema porque, por mucho que la tenga, escucha a periodistas malos como Rojo o Inda, menuda tropa, y eso hay que reconducirlo.

Pero Beatriz Montañez no solo no tiene idea de lo que pasa en Venezuela, sino que, al parecer, tampoco tenía idea de lo que había dicho Pablo Iglesias, qué mal se documentan algunos periodistas por muy buenos que sean. Y por eso le lanzó una apuesta a Bertín Osborne, de nada menos que mil euros, qué poderío tienen los periodistas buenos, retándolo a encontrar una sola declaración de Iglesias en la que alabara al presidente de Venezuela. La apuesta la ha perdido ella, claro. Internet está llena de intervenciones del politólogo ensalzando a Chávez, su sucesión y al Gobierno venezolano y poniendo lo que ocurre en aquel país como ejemplo de que existe alternativa a lo que ocurre aquí, Dios o quien sea nos libre.

Nada se sabe del pago de la apuesta. Ella no quiere ni hablar del asunto. Mejor, porque si lo hiciera, posiblemente diría que se transgiversaron sus palabras. O se maniluparon. O se defromaron, se retrocieron y se flasearon. O, como poco, que se malintrepetaron.