Emburciadas

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lunes, 22 de junio de 2015

REGALOS Y ROMANTICISMO


En estos días atrás, entre elecciones y formaciones de gobiernos, fue mi cumpleaños. Bueno, no pasa nada ¿eh? Son cosas de la vida, tampoco hay que dramatizar. Al fin y al cabo solo cumplí uno más que el año pasado, que una no es de excesos.

El caso es que, con tal motivo, me vinieron a la cabeza esas típicas conversaciones de grupo de amigas, cañita mediante, en las que sale a relucir un tema clásico donde los haya: los regalos de los maridos o asimilados. Con el romanticismo hemos topado. O, mejor dicho, con la falta de romanticismo. Que sí, que ya lo sé, que los hay que no pierden la chispa ni llegadas las bodas de oro. Siempre hay alguna que estira el cuello y te  suelta lo de “pues el mío es súper detallista, hija, nunca se olvida y siempre me sorprende con un regalazo”. Y remarca lo de regalazo, la tía. Y siempre hay, también, otra que, por lo bajini, susurra un “algo habrá hecho” como quien no quiere la cosa. Que ya se sabe que las amigas pueden ser como hermanas, pero de primas tienen poco.

Sin embargo, seamos sinceras, lo normal es que, pasada la pasión (y no estoy hablando de la Semana Santa), los propios se vayan como dejando, despistando, acomodando… y olvidando sus verdaderas obligaciones. Vamos, que empiezas a verlos más bien como impropios.

Percibes que ha empezado esa fase el día señalado en que tú le tienes que soltar una indirecta –lo cual ya es una señal- y él pone una cara de… ¿cómo lo diría?... una cara como… como si acabara de escuchar a Errejón diciendo lo de "la hegemonía se mueve en la tensión entre el núcleo irradiador y la seducción de los sectores aliados laterales”. Pues eso. Que dan ganas de decir “¡la gallina!”. A la adivinanza de Errejón, me refiero. Y cuando por fin lo entiende –lo de la indirecta, quiero decir, que lo de Errejón requiere un máster-, te pone cara de puerro y te contesta “ah, que era hoy”. Mal vamos. Eso sí, él, antes muerto que pillado, recompone el gesto rápidamente y te sonríe con un “que sí, mujer, ¿cómo me iba a olvidar? Verás la sorpresa que te traigo esta noche”. Vamos peor.

Esos cumpleaños suelen acabar con un ramito de flores tipo bonsái –por el tamaño, digo, no por el precio- sin lazos ni adornos. Sin ni siquiera un triste papel de celofán del Alcampo. Que tú, digna hasta en las peores situaciones, se lo agradeces con un beso y una sonrisa mientras piensas muy para tus adentros de-dónde-lo-habrá-robado-el-tío.

A partir de ahí ya lo de que se olvide de los días especiales pasa a ser una rutina. Se olvidan de tu cumpleaños o de vuestro aniversario como se olvidan de bajar la tapa del wáter, qué quieres, los hacen así. Y a eso añádele el aumento de responsabilidades y de preocupaciones, el crecimiento de los gastos y su implícita obsesión por el ahorro y por la vertiente práctica de la vida. Ah, y la falta de tiempo, tan socorrida. “Es que no sabes lo liado que he estado estos días; no he tenido tiempo”. ¡Un año! ¡¿Hay un año entero entre una fecha señalada y la siguiente y ellos no tienen tiempo?!

Y luego está cuando se acuerdan –o haces que se acuerden- pero no tienen la neurona programada para eso de la originalidad (¿lo cualo?). Y entonces tiran de los clásicos: la botella de colonia (veinte años conmigo y aún no se ha enterado de qué perfume uso), la bisutería (veinte años conmigo y aún no se ha enterado de que todo lo que no sea oro me da alergia) o, peor, la prendita de ropa (veinte años conmigo y aún no… pero ¡¿de qué rayos de bazar chino ha salido este saldo?!). Y, en los casos más graves, te regalan una licuadora (para que le prepares buenos zumos por la mañana), una batidora (para que le hagas gazpacho) o una aspiradora (para que le quites el polvo). ¡Una aspiradora, por dios santo! (mira, nene, el polvo lo acabas de suprimir tú mismo).

En cualquier caso, yo debo decir que no tengo queja. El mío será lo que sea pero nunca deja de sorprenderme. Bueno, alguna vez ha estado bajo de forma y no ha pasado de la colonia o incluso de alguna joyita. Pero en general es un crack. Nunca olvidaré aquel día de Reyes en que me dejó ojoplática con su regalo. Un felpudo. Sí, lo que habéis leído, me regaló un felpudo. Lo peor fue que me tuvo toda la semana antes machacándome con que ese año iba a flipar y que nunca me esperaría un regalo así. Siete días de intriga y de ilusión. Y flipé, ya lo creo. Y, por supuesto, nunca me lo hubiera esperado. Ni siquiera de él. Que sí, que el felpudo era artesano y muy original. Y nos hacía falta. Pero ¡coño, que era un felpudo! Y encima, como era Reyes y mis hijas aún no sabían que habían abdicado en los padres, pues tuve que disimular. Mira, mis aspavientos y saltos de alegría fingiendo que estaba poseída por la emoción eran para grabarlos en video. Eso sí, las niñas se quedaron convencidas de que el sueño de mi vida era tener un felpudo como aquel.

Y yo que creí que lo de la olla a presión era insuperable. Sí, en una ocasión anterior me había regalado una olla a presión. Para ganar tiempo en la cocina, me dijo, con una sonrisa en plan “¡lo he clavado! ¡Esta vez lo he clavado!”. Que yo vi aquello y me dieron ganas de decirle “anda, tú vete metiéndote dentro de la pota esta, que ya le doy yo a la válvula”. Es que… es que.

Pero, mira, como lo importante no es lo material, sino el amor y el cariño, yo no me hago mala sangre. Y, además, he encontrado una forma fantástica de acabar con las frustraciones. Hace ya tiempo que espero siempre con ansia que llegue su cumpleaños. Unos cuantos días antes ya lo voy intrigando: “no te imaginas lo que te voy a regalarme este año”. Y, así, cae un fin de semana en un hotel de lujo, el cuadro que me encantaba para el salón o esa pulsera de oro que, colgada de mi muñeca, representa lo mucho que le quiero. No creo que pudiera recibir mejor obsequio ¿no?

domingo, 14 de junio de 2015

EL CAMBIO


Bueno, bueno, bueno. Ya está. Esto va a ser holivud a partir de ahora. Se han constituido los nuevos ayuntamientos y esto es un fiestorro, oye; se acabaron los problemas. Un fiestorro a lo grande ¿eh? con sus pantallas gigantes, sus fiestas en la calle… ¡qué viva la nueva austeridad!

Ha llegado el cambio. España ha votado cambio, no paro de oírlo. Que, en realidad, lo que ha votado España es mayormente al PP, pero como estos de Podemos y sus marcas blancas y demás parientes se han empeñado en que lo que hemos votado es cambio, pues ya se las han arreglado ellos para cambiarlo todo, o casi. Que da igual que en muchos municipios la mayoría de sus ciudadanos eligieran a un partido para que les gobierne. Qué sabrán ellos, infelices. Menos mal que ahí están los Podemos y variantes para sacarlos de su error y colocar en esos gobiernos a los que han perdido después de no pocos tiras y aflojas.

Qué trajín de pactos, oye. Yo ya me perdí hace días. Hace lo menos una semana que me dije, mira, que paso, tú. Que gobierne quien sea, pero yo las negociaciones esas de mercadillo ya no las sigo. Que si yo te apoyo si gobierna este, que si yo te apoyo si se va el otro, que aquí te voto si echas a tus corruptos, que allí te respaldo aunque la sombra de la corrupción sea alargada, que tú puedes contar conmigo aquí si yo cuento contigo allá… ¡Vamos, vamos, que me los quitan de las manos! ¡A un leuro, todo a un leuro! ¡Las robamos por la noche, las vendemos por el día, más barato que en la mercería! La repanocha. Y lo de ver al PSOE tan encantado de haberse conocido por recuperar poder habiendo perdido la leche de votos sin ser consciente de la tumba que se está cavando, eso no tiene precio.   

El caso es que esto es la madre de todos los cambios y ahora vamos a nadar en la ambulancia, que decía el otro. Mira, se van a acabar los desahucios, va a haber trabajo para todo el mundo, comida para todos los niños, dinero para que todos paguemos los gastos básicos, solo habrá empresas solidarias y socialmente correctas, podremos hablar con nuestros alcaldes en cualquier momento, los podremos ver en el autobús y en el metro… ¡Vente pa España, Pepe! Que igual no tienen los alcaldes competencias para algunas de esas cosas, pero ¿y qué más da, si esto es la revolución? ¡Al carajo las leyes!

Y lo mejor: se acabaron las corbatas, los honores y la presencia de gobernantes en cualquier tradición que huela a Iglesia, por mucho que cuente con el fervor mayoritario del pueblo que sea, que aquí vamos a gobernar para todos pero para unos más que para otros; que eso de las ofrendas y de sacar a pasear los santos ni es cultura ni es nada. Que no me extraña que se les haya aplaudido tanto ese gesto porque, lo que es yo, no veía el momento de que los alcaldes dejaran de ir detrás de San Pedro, San Pancracio o la Santísima Trinidad. Ahora duermo mucho más tranquila y más libre, te lo juro. Que ya era hora de que alguien solucionara ese problemón y acabara con esa lacra,  esa opresión y ese ataque a los derechos y libertades de los ciudadanos que suponía ver a mandatarios locales paseando con la Virgen o asistiendo a actos litúrgicos. ¡Cómo nos va a cambiar la vida!

Y es que, claro, hemos entrado en la era de los partidos “no tradicionales”, qué risa. De momento, en Madrid, la Carmena ha entrado rompedora y ha dicho que de seis concejales de Gobierno nada, que ella nueve; y tres tenientes de alcalde. O sea, se bajan los sueldos pero entran más a repartir. Y a mí que esta política no tradicional me empieza a sonar a… lo de siempre. Como lo de que, nada más llegar, ya le pidan abrumadoramente la dimisión de uno de sus concejales, como si fueran un partido tradicional de esos, oye.

Sí, porque, como ahora lo que se va a llevar es el colorido y la alegría, la nueva alcaldesa de la Villa y Corte cuenta con un concejal que es la monda. Que cuelga en twitter chistes riéndose de Ios judíos, del Holocausto, de Irene Villa y de Marta del Castillo con una finura, una gracia y un buen gusto que él se parte el pecho mientras a ti te dan ganas de partirle la cara. Pero él dice que no dimite, otra cosa novedosa, lo que yo te diga, que estos innovadores empiezan a oler a viejo. Que él no es antisemita ni proetarra, dice. No, hijo, no, tú lo que eres es tonto del culo, dicho esto con todo el humor, como a ti te gusta. Que si no eres capaz de ver que esos chistecillos pueden ofender a mucha gente no quiero ni pensar en los pisotones que vas a dar en tu gestión.

Que conste que yo les doy a todos estos “nuevos” un voto de confianza. Por la cuenta que nos trae, más que nada. Y porque, cuando pasen a ser “viejos”, que no creo yo que la cosa dé para mucho experimento, pues ya sacaremos otro invento. Otro cambio, vaya.