Confieso
que pertenezco a esa, al parecer, minoría a la que no le ha gustado el video
del Salón Erótico de Barcelona tan viral y comentado. Aunque técnicamente me
parece un buen producto, no creo que su contenido sea como para despertar tanta
admiración; más bien me parece facilón. Pero tampoco me extraña su éxito, ya
que en este país somos mucho de babear ante cualquier cosa que huela a
provocador, transgresor y progre. Vamos, que tú te metes con los poderosos, con
los bancos, con la Iglesia y con las corridas de toros, pongo por caso, y te
conviertes en lo más a poco bien hecho que esté el envoltorio.
Sin
embargo, lo que sí me sorprendió al ver el video de marras fue tanto aplauso a
un montaje que, centrado en denunciar la hipocresía, es tan hipócrita en sí
mismo. Porque, a ver, que una defensora del feminismo se queje de que a las
putas se las llame putas en un video patrocinado por una empresa de putas que
se anuncia como tal muy coherente no parece ¿no? Ni tampoco que esa misma
feminista critique que haya quien se pajea con sus pelis cuando son pelis que
se venden para eso, para pajearse, y en las que la dominación de la mujer es
una constante. Ni es coherente que se le haga la ola por progresista y contestatario
a un video que está promocionando un negocio en el que se venden mujeres, se
las denigra y abundan el dinero negro y la trata de personas.
Todo
bastante contradictorio. De ahí mi sorpresa que, no obstante, me duró poco.
Porque entonces recordé que vivimos en un país en el que acusamos de
explotación tercermundista a cierto empresario vestidos con sus modelos y
calzados en unas deportivas marcadas por la misma sombra. Un país donde se
exige –con lógica- que dimita un ministro porque apareció en los papeles de
Panamá pero elegimos, llenos de orgullo, a un director de cine implicado en el
mismo asunto para competir por un Oscar.
En el que se aplauden las arengas contra la explotación laboral de
políticos que en su casa tienen trabajadores sin contrato y sin Seguridad
Social. Donde los partidos políticos que cosechan sucesivos fracasos
electorales se permiten decidir que es el líder del ganador quien tiene que
marcharse. Un país en el que el partido de los ERE de Andalucía da lecciones
morales sobre corrupción. Y donde algunas fuerzas políticas ponen la corrupción
como excusa para no pactar con un partido pero están encantadas de juntarse con
el de los ERE.
El
mismo país en el que nos indignamos –con toda la razón- porque un programa de
televisión presenta a una comarca como capital española del narcotráfico y el
crimen pero ensalzamos un video que pinta a España como un país de corruptos,
ladrones, sumisos que apoyan a corruptos y ladrones, asesinos en nombre del
arte, maltratadores de inmigrantes, homófobos violentos y curas pederastas. Y
como un país de hipócritas.
Pues
sí, de hipócritas contradictorios.