Emburciadas

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lunes, 3 de noviembre de 2014

PUES AHORA ME CORTO UN PIE


Ya sé que no consuela lo suficiente ni, por supuesto, nos resarce a los ciudadanos de lo que está pasando ni, desde luego, es suficiente condena si se demuestra todo lo que se está diciendo. No. Pero no me negarás que, para gente que ha sido lo más –lo más poderoso, lo más rico, lo más chulito, lo más guay-, verse ahora en el fondo del pozo no tiene que ser una penitencia dura. Porque a este tipo de personajes lo que les gustaba, está claro, era vivir bien; pero lo que les ponía de verdad, estoy segura, era presumir y mirar al resto por encima del hombro. Y por eso mismo creo que para ellos la peor condena es caer desde lo más alto al sótano de la vergüenza y la humillación.

Porque pasar de las grandes casas, los áticos en Marbella, los BMW, las fincas, las comilonas y las cacerías tipo porque-yo-lo-valgo a la celda de una cárcel, como le ha pasado a Francisco Granados, tiene que ser la leche, no me digas. Que el hombre se acostó una noche siendo Don Francisco y al poco de levantarse a la mañana siguiente ya era Paquito, el hijo del agricultor, convertido en “ese pájaro” y señalado con el dedo por todo el mundo. Y eso tiene que doler.

Y qué me dices de Pujol y familia. Que yo, en este caso, pienso sobre todo en Marta Ferrusola, la matriarca que, según dicen, lo controlaba todo, que lucía poderío, que ordenaba a sus escoltas que le pasearan al perro y que no soportaba a los charnegos, qué digna ella. Que les decía a sus hijos, cuando aún eran niños y no presuntos delincuentes, que no jugaran con este o con aquel otro porque eran castellanos, qué delito. Y ahora, ya la ves, teniéndose que esconder de vecinos y periodistas, que lo mismo alguno hasta es de Murcia, qué bochorno, ya no se respeta nada. Y mostrando toda su educación mandando a la mierda a un reportero, quién te ha visto y quién te ve.

Por no hablar de algún empresario como Jorge Dorribo, el campeón de la operación ídem, que ha pasado de lucir deportivos y vivir en casas lujosas a vender quesos en mercadillos de Portugal. Caralludo. No, que no es que la cosa me parezca estupenda, es que los quesos se llaman Caralludo. Sí, eso he leído; la vida a veces te da tortas como quesos.

Pero, es verdad, todo eso, que a esa gente les tiene que doler mucho, a los ciudadanos no nos consuela. Los ciudadanos queremos que se haga justicia y que se acabe con la vergüenza, pero con la que sufre el país, no con la que padecen los corruptos. Sin embargo, a juzgar por lo que revelan las últimas encuestas, los ciudadanos también somos caralludos, como los quesos de Dorribo. Porque, al parecer, la mejor idea que se nos ocurre para mostrar nuestra indignación y darle una solución a este país es votar a Podemos, mira qué bien. Que viene a ser una reacción como la que tenía mi padre cuando era niño y su madre le castigaba a su modo de ver injustamente. Según me ha contado varias veces entre risas, en esos casos mi padre amenazaba gritando “pues ahora me corto un pie”. Sin pensar en lo que eso suponía, claro. Pues en este país lo mismo. Si nos castigan, reaccionamos sin pararnos a pensar en las consecuencias. Ni en que, por lo poco que se sabe de cómo Podemos puede hacer lo que dice que podría hacer, darles la oportunidad de que manejen nuestros cuartos y nuestras vidas puede ser talmente como cortarnos un pie. Y eso sí que tiene que doler.

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